¿Quién cree en el cambio? ¿Quién quiere cambiar?
Hace un tiempo presencié una charla sobre el cambio en una empresa. El Presidente de la Empresa hizo una presentación muy sólida sobre la necesidad de hacer cambios en la empresa para garantizar su sostenibilidad, tanto económica como social.
Al final de su discurso, bastante motivador y empoderador, por cierto, lanzó una primera pregunta al aire: “¿Quién cree en el cambio?”. La respuesta fue unánime y enérgica. Todos habían entendido que su futuro profesional y personal en aquella Empresa pasaba por aceptar los cambios. Hubo momentos de clímax grupal, de aceptación y de muestras de fe ciega en el discurso.
Seguidamente, y todavía en un momento en que los ánimos estaban muy arriba, el Presidente realizó una segunda pregunta: “¿Quién quiere cambiar?”. La respuesta a esta segunda pregunta fue radicalmente diferente. Los saltos, los gritos y los brazos en alto fueron rápidamente sustituidos por figuras cabizbajas, hombros caídas y silencio.
¿Qué hace al ser humano tan activo ante el cambio y tan pasivo hacia la acción de cambiar?
Cambiar es un proceso mental donde actúan a la par la razón y la emoción. Desde la razón, los seres humanos creemos que el futuro es una extensión del pasado. Confiamos en que lo que nos ha funcionado en el pasado y lo continúa haciendo en el presente, lo siga haciendo en el futuro. Estamos seguros de que descartar las nuevas ideas es la forma más natural y racional de actuar. Cuántas veces hemos odio frases del tipo “yo siempre lo he hecho así”, “aquí siempre hemos trabajado de esta manera”, “yo llegué aquí y las cosas se hacían así y así las hago yo” …
La resistencia al cambio es un mecanismo de la razón en función del miedo a lo desconocido, la incertidumbre, el miedo a perder el estatus o la responsabilidad actual y la crítica a lo desconocido. De manera consciente nos resistimos a lo que no conozco, a lo que no puedo hacer y lo que no quiero hacer. De manera inconsciente la inercia nos lleva a ni siquiera plantearnos que hay cosas que “no se que no se “y otras que “no se que se” y aún así me dan miedo, puesto que nos regimos por unos paradigmas y creencias muy rígidos por los que filtramos incluso las nuevas experiencias.
Además, la acción de cambiar nos genera emociones, generalmente angustia, sorpresa, miedo y rechazo, que todavía generan en el plano racional, más inseguridad, desconfianza, sufrimiento y por tanto nos aparta todavía más de la predisposición a cambiar. No estamos entrenados en detectar y entender las emociones, y ello nos limita.
La solución está en formar parte consciente del cambio. ¿Y qué significa esto?
Tomar consciencia de la acción de cambiar significa observar en nuestro interior, poner atención en lo que hago, en lo que siento, en lo que provocan mis emociones y en tomar consciencia del aquí y el ahora. Hacer consciente la creencia y la necesidad de cambio y ser capaz de crear la nueva realidad que queremos y ubicarnos en ella.
Tomar consciencia significa pasar del victimismo al protagonismo, de la tolerancia a la aceptación y ser capaz de generar una nueva realidad donde la razón no actúe según los miedos a perder y la emoción sea posibilitadora de acciones. Por tanto, la acción de cambiar significa cambiar uno mismo, ser capaz de tener otra mirada diferente sobre la necesidad de cambiar, conocer las creencias que me limitan a la acción y ocuparse de la acción.